Placita de flores

El Jardín de la Salud: cuatro décadas de saber con las plantas 

El jardín de la salud, en la Placita de Flores, es el segundo hogar de Nancy Chaverra Gallego, desde hace más de cuatro décadas.  

Llegó proveniente de la plaza de guayabal con sus seis hermanas y su padre, quien les enseño todo lo que saben sobre la medicina tradicional. Una tradición familiar reforzada con la práctica diaria en las plazas de mercado. A pesar de haber tomado cursos formales, Chaverra considera que el aprendizaje real se encuentra en el saber empírico y en la observación cotidiana por lo que mantiene una postura crítica frente a los cursos y capacitaciones formales que se dictan sobre el tema. Considera que muchos de estos espacios priorizan contenidos ajenos al contexto colombiano, desconectados de la práctica real y del conocimiento que ella ha cultivado durante toda una vida.

La experiencia la ha llevado a reconocer patrones, plantas que la gente busca con frecuencia: yerbabuena, menta, limoncillo, ruda, eucalipto, romero… y dolencias que se repiten una y otra vez: problemas digestivos, dolores articulares, cuadros de estrés, nervios alterados, insomnio. Con una mirada que mezcla intuición y experiencia, Nancy orienta a quienes llegan a su puesto, indicando cómo preparar infusiones, baños, compresas o tomas, según cada caso. Las preparaciones suelen ser sencillas, pero efectivas, según su experiencia; hervir las plantas durante al menos veinte minutos, dejar que el vapor actúe, tomar el agua caliente o usarla en baños, repetir el proceso durante varios días, semanas o incluso meses, en casos de enfermedades crónicas como la artrosis o la fibromialgia. 

Más que una formula fija que aplique en todos los casos, el método es escuchar los cuerpos ajenos y el cuerpo propio.

La recomendación de acudir al médico ante situaciones graves o lesiones evidentes siempre está presente en su discurso. Nancy considera que la fitoterapia puede convivir con la medicina farmaceutica, y valora los tratamientos médicos siempre que se mantenga una conciencia crítica sobre los riesgos de prácticas irresponsables o mal informadas. Con lo que no está de acuerdo son las prácticas asociadas a curanderos ni rituales de sanación. Aunque en algunos casos acompaña sus tratamientos con oraciones religiosas, lo hace desde la fe, no desde el espectáculo. Le interesa mantener la seriedad del oficio, alejada de promesas vacías y engaños. Por eso también es clara al decir que no comparte su conocimiento con cualquiera: lo que sabe le ha costado años, y no se entrega a cambio de favores o fórmulas rápidas.

No aprendió de comunidades indígenas ni se considera heredera directa de sus saberes, pero valora el conocimiento local y lo defiende frente a formas más institucionalizadas o foráneas. Ha enseñado a muchas personas, algunas de las cuales han montado sus propios puestos de plantas, pero lo ha hecho desde el vínculo humano, no desde el negocio.

Ella misma ha sido testigo de lo que vende, se ha curado con sus plantas. Años atrás, tras un accidente que le dejó una pierna lesionada, no pudo continuar con las terapias médicas por el dolor. Volvió entonces a lo que conocía, baños de caléndula, compresas, y tiempo. Se recuperó poco a poco. No fue un milagro fue persistencia y confianza en sus saberes. 

Las plantas que ofrece provienen de zonas como Santa Elena, San Cristóbal o San Antonio de Prado y no trabaja con un solo proveedor, sino con varios recolectores que le inspiran confianza. Sabe que no todas las plantas sirven igual si no están bien tratadas desde el origen.

Cuando habla del futuro, insiste en que este conocimiento no se aprende en un curso. Se aprende tocando, oliendo, preparando, equivocándose. Cree que es necesario que las nuevas generaciones se acerquen a las plantas desde la práctica, no desde el discurso. Porque es ahí, entre ollas, ramas y vapor, donde realmente empieza el aprendizaje.

El legado de una madre: la historia de Mario Ordóñez 

En un rinconcito de la Placita de Flores, entre montones de yerbas secas, aromas intensos y voces que van y vienen, Mario Ordóñez guarda un conocimiento que se transmite con el tacto, la memoria y la conversación. Su vida transcurre en medio de la medicina con plantas, herencia viva de su madre y su abuelo.

Mario nació En el 20 de Julio, San Javier, un barrio de ladera en Medellín. Su infancia transcurrió entre montes y cultivos en la finca de su abuelo, donde el contacto temprano con la tierra lo conectó con el poder curativo de las plantas. Más adelante, acompañaba a su padre, oriundo de Rionegro, en las faenas del campo. Fue allí donde germinó su amor por las plantas, primero como cultivo y más tarde como medicina. Pero fue junto a su madre donde descubrió el verdadero arte de curar

Ana Yepes, madre de Mario Ordoñez
Ana Yepes, madre de Mario Ordoñez

Durante más de seis décadas, ella fue una reconocida botánica popular, con un legado tan profundo que llegó incluso a ser retratada en medios locales y regionales. "Ella duró más de sesenta años en esto", recuerda Mario mientras señala fotografías colgadas en su puesto. La influencia materna no solo le enseñó a reconocer las plantas, sino también a escucharlas, a entenderlas en su contexto cultural y medicinal y con ese mismo espíritu, él ha continuado su labor desde 1993 en la Placita de Flores.

Su local es frecuentado por quienes buscan alivio en las plantas medicinales, desde clientes de toda la vida hasta jóvenes que, cada vez más, se interesan por la medicina tradicional. Muchos llegan orientados por sus mayores, pero otros lo hacen por convicción propia, en búsqueda de alternativas a los tratamientos convencionales. Entre las plantas que más van a buscar a su puesto destaca una con múltiples nombres: chinga mochila, sangre de Cristo, insulina o palo rojo. Según Mario, esta planta es efectiva para controlar el colesterol, los triglicéridos, la diabetes y hasta los dolores articulares. Aunque no es originaria de Medellín, su eficacia la ha convertido en una de las más buscadas en la ciudad. Otra de las estrellas de su herbolario es la caléndula, de la que existen dos variantes comunes en el país: la bogotana y la antioqueña. La primera es ideal para tratar heridas internas, mientras que la segunda se utiliza para curaciones tópicas. Ambas se preparan en infusiones, aunque, según Mario, las flores frescas nunca deben cocinarse; en cambio, las secas sí.

Sus recomendaciones no se quedan en lo superficial porque para él el oficio de la fitoterapia no es solo vender plantas. Es también orientar, conversar, escuchar síntomas y hacer recomendaciones desde el saber popular. "Muchas veces la gente llega diciendo que no duerme, que le duele la cabeza o los huesos. Aquí uno aprende a leer esas dolencias y a aconsejar lo que puede ayudar", cuenta mientras atiende a varios clientes al mismo tiempo. Si alguien llega con migrañas, por ejemplo, sugiere una combinación de verbena blanca y albahaca morada. Las prepara en cocción, recomienda aspirar el vapor y tomar una pequeña cantidad del líquido resultante. Para los dolores musculares, ofrece ortiga, una planta que también se aplica de forma tópica y que, aunque causa ronchas pasajeras, es, según él, altamente efectiva.

No todas las plantas son benévolas o inofensivas. Algunas como la cicuta o el estramonio son venenosas, y otras como el venadito o el estramonio se usaban antiguamente por comunidades indígenas para pescar, aturdiendo a los peces sin matarlos, enseña Mario.

La conservación de las plantas es también parte del saber. En su puesto, las hierbas cuelgan en ramilletes secándose al aire libre, la forma más adecuada, según explica, para evitar que se pudran y pierdan sus propiedades. Una vez secas, se pican y se empacan en bolsitas listas para preparar en infusión o decocción.

Como resultado de la crisis de salud durante la pandemia, el negocio no se detuvo. La demanda creció y Mario empezó a enviar pedidos a todo Medellín y a municipios cercanos como Sabaneta, El Carmen o Santa Fe de Antioquia. "Nos llamaban de todas partes", recuerda. Incluso, con la ayuda de otros jóvenes, han participado en proyectos académicos, mapeos interactivos y registros audiovisuales que buscan preservar y difundir este conocimiento ancestral.  

Mario Ordoñez no se presenta como un sabio, pero sus palabras y su práctica cotidiana lo revelan como tal. Lo que ofrece va más allá de una bolsita de plantas: es una conexión con un saber y una tradición que resiste, que se adapta a pesar del tiempo y la modernidad. 


Fundada en 1981, La Placita de Flores es conocida por ser el punto de llegada de los campesinos del corregimiento de Santa Elena, es un espacio muy tradicional y pequeño pero lleno de vida. 


Horario: de lunes a sábado 6 a.m.–6 p.m. y domingo 6 a.m.–2 p.m


Flores en la plaza

Desde temprano la vida en la Placita de Flores esta en movimiento, la vida de sus vendedores se ve atravesada por el amarillo del Botón de oro, el rojo de sus Claveles y el azul de sus Hortensias. Desde hace más de 130 años, este lugar esta repleto de historias de sus habitantes. 

Realizado por Juanes Builes, este documental cuenta un poco de los relatos que nacen a las seis de la mañana y se ocultan al anochecer. 

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar